viernes, 14 de marzo de 2008

Los caminos de la Revolución no son como yo pensaba.

Tuve la oportunidad de estudiar -si, claro- toda mi educación básica en una escuela bequeñoburguesa de la clasemediera -pero siempre progre- Colonia Del Valle.

Ahí nunca fuí de los que tenían un gran número de amigos. Pero eso sí, estaba en todos los equipos deportivos habidos y por haber.

Uno de mis mejores amigos era Luis. Él era chileno y había venido a vivir a México. Su padre trabajaba para una oenegé -en ese entonces no tenía ni puta idea de lo que era una oenegé- y lo habían transferido a la Ciudad de México. Total que Luis y mi pequeño yo congeniamos desde un principio. Ambos teníamos ideas filomarxistas y considerábamos que el imperio del capitalismo debía ser derrumbado de alguna manera. La familia de Luis era poco menos que perfecta, -quizás por eso no me dejaban ir a visitarlo tan seguido, me hubiera dado cuenta en ese momento que la mía era una mierda- trataban a los niños como gente adulta, los incluían en las discuciones políticas, les regalaban libros de Mafalda y tenían intrincadas disertaciones sobre la filosofía de Quino.

Vivían en un enorme Penthouse en la mencionada colonia, acondicionado con cada uno de los lujos que los años ochenta podían proveer y todo financiado por la mencionada oenegé. En fin, mi pequeño yo se la pasaba muy bien con su amigo, quien, desde luego, desde esa edad ya era un intelectual consumado. Mi pequeño yo, entonces, se preocupaba mas por sus clases de Tae-kwon-do y sus partidos de volleyball.

Un día, Luis entusiasmado por los relatos que mi pequeño yo le hacía de los partidos en los que competía, le preguntó: ¿Qué tengo que hacer para entrar a tu equipo? Mi pequeño yo le dio las indicaciones y le aconsejó que les dijera a sus padres que lo inscribieran. Al otro día, mi pequeño yo se lo encontró en la escuela y le preguntós si estaba listo para jugar juntos los partidos de volley. En ese momento, Luis adopto una postura de hombre serio, como si el mismísimo Mao lo hubiera enviado a hacer una diligencia de suma impotancia y le contestó lo siguiente: "Lo siento Omar, pero ayer tuve una larga charla con mis padres, y llegamos a la conclusión de que el volleyball es un deporte capitalista, por lo que me es imposible jugarlo." Realmente deconcertado, mi pequeño yo no sabía si reir o tratar de disuadirlo, convirtiéndome asi -a sus ojos- en un pequeño contrarrevolucionario; Total, mi pequeño yo decidió dejar la cuestión como estaba ya que finalmente no podía negar que era un ataque contundente para derrocar al imperio yanqui y al sistema capitalista que tanto detestaban.

Ese día, mi pequeño yo comprendió que los caminos de la Revolución son inescrutables.

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