domingo, 24 de febrero de 2008

Mundo Shopping

Desde hace ya algunos años -tres, para ser exactos- en el mes de febrero, paso varios días en un centro comercial "premium", donde funciona una cadena de cines. El Festival Internacional de Cine Contemporáneo de la Ciudad de México -FICCO- me arrastra, sin que yo haga ningún esfuerzo por evitarlo, a comer comida de centro comercial, a respirar aire de centro comercial, a ir a los baños del centro comercial y a repasar sus aparadores entre película y película.
Compruebo que la comida es carísima, los baños están muy limpios, el aire huele a desodorante mezclado con perfume y sus vitrinas se parecen mucho entre sí.
El festival del cine y la vida del centro comercial transcurren, como en un cuento fantástico de Bioy Casares, en dos planos de realidad que se superponen exactamente (todos vamos a los mismos baños y comemos las mismas papas marcadas), pero que nunca se intersectan. El centro comercial sigue su curso inexorable y el Festival el suyo, paralelos, simultáneos y orgullosamente autónomos en términos culturales. No se trata simplemente de un dato espacial (aparadores por un lado y pantallas por el otro) sino de la repetición de una diferencia irreductible. Como dos tribus que rinden tributo a dioses de panteones desconocidos entre sí, la gente del Fesival de Cine y la gente del centro comercial ni se hostilizan ni se reconocen. Simplemente son transparentes unos para otros.
De cualquier manera, como no siempre el fin de una película del Festival y el comienzo de la siguiente coinciden, queda mucho tiempo para convertirse a la religión del shopping por un rato y tratar de ver qué es lo que sucede en el mundo donde se practica esa fé. Hacer esto durante el fin de semana es lo mejor, porque, como sucede en general con todos los cultos religiosos, las ceremonias llegan a su expresión más perfecta.
Porsupuesto, los fieles del shopping cult podrian decir lo mismo desde otro plano. Sin embargo, no queda duda de que esta cultura es universal y tampoco es atinado dudar del placer que produce. En las naciones ricas, existe el shopping binge, algo así como el "atascón de shopping". Pero los que visitan éste, donde funciona el Festival, no tienen los ingresos para financiar tal bulimia. Desde luego, existe el shopping binge imaginario, una salida decorosa, accesible y bastante adolescente. Casi parecida a las decenas de películas que tengo marcadas para ver y que sé perfectamente que no veré pues porque no hay tiempo para tanto. En fin...

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