martes, 10 de febrero de 2009

De nimiedades y otras cosas

Uno de mis propósitos de este año fue, en definitivo, sanear mi economía. Sanear mi economía significaría en términos médicos darle la bendita eutanasia a cuando menos dos tarjetas de crédito y centrarme ofrecer primeros auxilios a las otras dos de mis tarjetas, ahorrar un poco e invertir en bienes redituables.

Lo que me sucedió hace apenas un mes, y que juré que no me volvería a pasar, tener mis dos tarjetas con los límites de crédito más altos a full, vuelve a ocurrir este mes. Que si porque ese portafolio italiano de piel estaba “baratísimo” –mi hermana desde París me animó a comprarlo-; o que si por fin debía darme el gusto de comprarme ese cinturón también italiano –animado por la dependienta que me aseguró pronto subirán de precio- que quería desde que estaba en Barcelona y que nomás no pude comprar por irme a Turquía. Total, nuevamente debo toda la próxima quincena.

Y eso que aún no me compró la chamarra de piel –también italiana, desde luego-; o el súper saco Versace que ya “solo” cuesta nueve mil pesos. Y es que yo, no puedo evitar perderme en el tacto imposible de la moda italiana.

Infortunadamente eso no lo es todo. Ahora, me encuentro sin auto. Me arrepiento de haber vendido mi corcel granate a un precio prácticamente risible. Ahora, no me queda otra que trasladarme por la ciudad en el pequeñísimo auto francés de mi hermana, quien a su vuelta a México, en menos de un mes, reclamará.

Esa necesidad imperante de encontrar un vehículo que me permita llegar –puntual- a mi trabajo, tan alejado de mi –aisladísimo de todo- hogar, me llevo a darme un tour por algunas agencias de autos de Av. Universidad, aprovechando que tenía que hacer un pago a una de las citadas y tortuosas tarjetas de crédito.

Eso sí, a priori decidí que no iba a visitar ninguna agencia Premium. Ni siquiera iba a considerar las versiones XLT, Grand Touring, De Lux, Limited, ni ninguna otra que implicara un aumento considerable en el precio del vehículo, la tenencia y el seguro. No, apenas me decantaría por las versiones “básicas” –quién definió que los faros con tecnología LED eran total y absolutamente necesarios-, pues en estas épocas de crisis, uno debe seguir las instrucciones de los que saben y cuidar más el dinero.

Sin embargo, mis deseos de hacer un up grade de mi vehículo, al parecer quedará en apenas un deseo-no-susceptible-de-volverse-realidad. Mis objetos del deseo motorizados se acercan peligrosamente a los impagables 300 mil pesos.

- ¿¿¿Ese precio es por la versión más básica verdaaaaaaad??? Pregunté en todas y cada una de las cinco agencias que visité.

- Sí, pero es que es un vehículo que ha sacado las calificaciones más altas en no-sé-qué-revista. O Pero es que esta línea va dirigida a un sector privilegiado. O –el colmo- pero es que con este auto, no va querer dejar de manejar.

Justamente eso -dejar de manejar- es lo que más quisiera yo en esta vida en esta ciudad con este tráfico con millones de autos con chóferes neuróticos y sin un transporte público eficiente. No es que no me guste viajar en transporte público. Es simplemente que es mejor eficientizar el tiempo y pasar una hora más en el gym –que bastante falta me hace, después de los atracones decembrinos y post decembrinos-.

Además, ¿cómo llegaría los fines de semana al cine, bar, museo, librería, cantina, y demás lugares de sano esparcimiento sin vehículo? Me perdería el prólogo de mis pelis favoritas; de llegar, lo haría agotado de la dinámica camina-súbetealmetro-ahoraalcamión-siguecaminando. Y es que si bien yo soy uno de esos promeneurs natos, todos tenemos un límite.

Además, ¿dónde si no es en mi auto, podría desayunar, anudarme la corbata, guardar la maleta del gym, cantar a full y anexas?

No, no, no. Me rehuso a quedarme sin auto. Me rehuso a volver a los 14 años, cuando aún no tenía permiso para conducir. Me rehuso a volver a mi época de estudiante universitario extranjero y a tener que hacer un espacio en mi cartera para el abono de transporte. Me rehuso a tener que ceder mi lugar en el bus a cualquiera con piernas más débiles que las mías, aunque no lleve calzados mis Nike Vomero y mis pies se encuentren fatigados.

Y por si fuera poco, me rehuso a dejar de participar en el rescate económico nacional –e internacional- y apoyar a la industria automovilística, tan lastimada en éstos últimos meses. Ésa será mi contribución a este sistema de libre mercado.

Por eso, creo que es mi deber como ciudadano de este mundo globalizado -sic- apoyar el consumo, fortalecer el mercado y generar empleos estrenando automóvil. Aunque sea un Chevy o un Fiesta.